jueves, 20 de febrero de 2014

Fuerte de San Cristóbal (lo que no se enseña en los colegios)

Fuerte de San Cristóbal:

la mayor fuga de presos de España

El 22 de mayo de 1938 huyeron del Fuerte de San Cristóbal 795 presos republicanos. Estamos  en Navarra, en el escenario de la mayor fuga de presos de la Historia de España. Cayeron 221 en el intento. Había 2.497 reclusos en la antigua fortaleza. Todavía hoy algunos supervivientes dan testimonio del olor de los que probaron la libertad en Francia y el de la pólvora en los cuerpos esclavos de los caídos.
Son 615.000 metros cuadrados  de historia reciente. Se levantó en el siglo XIX y pasó a la historia en el XX. Oficialmente, el nombre es Fuerte de Alfonso XII, pero nadie se refiere a él así. Se concibió como una construcción estratégica para defender Pamplona tras la última Guerra Carlista. Su historia de cárcel terminó en 1945. El lugar se encuentra en el monte de Ezkaba,
Cuentan  la historia de las gentes:
L as puertas de la prisión están abiertas, pero en su interior más de 2.000 presos dudan. En pocos minutos, aprovechando que es domingo, que hay pocos militares en el fuerte y que los que hay están cenando y desarmados, un grupo reducido de reclusos se ha hecho con el control del penal y grita "¡Sois libres!, ¡A Francia!", mientras va abriendo todas las puertas. De los 2.497 presos, casi todos republicanos, que hay ese día en el fuerte de San Cristóbal, en el monte de Ezkaba (Pamplona), sólo 20 están al corriente de los planes de fuga. Muchos temen que sea una trampa de los funcionarios para matarlos en cuanto atraviesen la puerta. Finalmente, 795 presos deciden aprovechar la oportunidad de escapar a Francia, aunque nadie sabe en qué dirección está.
"Las tropas nos perseguían a tiros por el monte, nos iban matando como a conejos", cuenta Álvarez
Es 22 de mayo de 1938, el día en que se produjo la mayor fuga penitenciaria de España.
"El desconcierto era total. Había rumores, pero nunca pensamos que la fuga fuera a llevarse a cabo. Cada uno tiró por su lado; algunos, que incluso pensaron que se había terminado la guerra, fueron directos a la estación de tren de Pamplona y trataron inocentemente de comprar un billete con los vales de la prisión. Naturalmente, los detuvieron enseguida. Yo calculo que estuve unos 15 minutos corriendo desorientado por el monte hasta que oí claramente el toque de trompeta de las fuerzas que venían de refuerzo desde Pamplona. Estábamos muy débiles por el hambre. Muchos iban sin zapatos. Comprendí que no podría correr muy lejos, y además no sabía adónde, así que decidí regresar a la prisión. Para cuando llegaron los refuerzos militares de Pamplona, yo estaba en mi sitio de siempre", recuerda Ernesto, de 89 años, superviviente del fuerte de San Cristóbal. Aquel 22 de mayo llevaba poco más de un año en el penal, tenía 18 y venía del de Burgos, tras un consejo de guerra en el que otros 35 republicanos fueron condenados a muerte. Él no porque entonces era menor de edad.
 Álvarez decidió arriesgarse. "Las tropas nos perseguían a tiros por el monte, nos iban matando como a conejos, al que veían lo mataban, así que nos fuimos dividiendo y dividiendo, y al final íbamos dos gallegos y yo, que soy de Asturias, juntos. No sabíamos dónde estaba Francia. Por la noche avanzábamos y por el día permanecíamos agazapados, hasta que ya no aguantamos más el hambre y nos arriesgamos de día. Llegamos a un pueblo, Gascue-Odieta, y una mujer avisó a los militares. Vinieron a por nosotros, pero, antes de devolvernos al fuerte, la señora nos dio el mejor manjar que he probado en mi vida, un plato de sopa, ¡con fideos!", recuerda  Álvarez, de 89 años, preso en el fuerte durante casi cuatro. En ese momento no lo sabían, pero el Asturiano y los dos gallegos estaban ya muy cerca de la frontera con Francia.
La primera parte del plan había sido un éxito; 795 presos descalzos y hambrientos habían conseguido escapar del fuerte humillando a la autoridad militar. La fuga, planificada durante meses entre un pequeño grupo de reclusos, se ejecutó según lo previsto -habían reducido a los guardias que les llevaban el rancho de la cena, les habían arrebatado las llaves y se habían disfrazado con sus uniformes para atravesar el patio- hasta que uno de los centinelas de la entrada intentó resistirse. "Fue la primera y única vez en mi vida que vi matar a un hombre. Un grupo de paisanos golpeaba certera, brutal y repetidamente la cabeza del centinela. Lo hacían con un martillo, y no pararon hasta que, agotada su resistencia, el soldado cayó inerte. Me quedé sobrecogido. Contemplar un homicidio desde la barrera y asumir instantáneamente que de alguna manera te verás implicado en sus consecuencias no es para menos”.
En tropel, los presos van saliendo del fuerte, pero uno de los guardias ha conseguido escapar y se dirige a Pamplona para pedir refuerzos. "Si no les hubiera avisado, no hubiese venido nadie hasta el relevo de la mañana siguiente y habríamos tenido más tiempo", lamenta Álvarez. La segunda parte del plan, la huida, va a fracasar estrepitosamente.
De los 795 presos que se fugaron aquel día, 585 fueron capturados y 207 muertos a tiros en el campo cuando trataban de escapar por el monte. Las autoridades militares, que, humilladas, habían tratado de justificarse en la prensa asegurando que los fugados no eran presos políticos, sino "presos comunes de la peor especie, un puñado de asesinos, atracadores y ladrones", pusieron en los periódicos de la época , recuperaron su autoridad con toda la contundencia de la que eran capaces. Catorce de los 17 promotores de la fuga fueron condenados a muerte y fusilados en público en el centro de Pamplona, el 8 de septiembre de 1938, tras un consejo de guerra. Morata, uno de los tres procesados que se libraron de la pena capital, aparecía descrito en el sumario como "psicópata inadaptado a la sociedad civil, débil mental". Tenía 19 años y cumplía en San Cristóbal una pena de 10 por un robo cometido cuando tenía 11. Era deficiente.
Sólo tres presos consiguieron llegar a Francia, según consta en el Cuaderno de Registro de 795 fugados que realizó un funcionario de la prisión. Uno de ellos, José, murió hace 40 años en México, donde se casó y tuvo tres hijas a las que jamás habló de San Cristóbal, como pudieron comprobar  Álvarez en las cartas recibidas. De los otros dos fugados que lograron cruzar la frontera, nunca más se supo. "No nos teníamos que haber fugado. Salimos sin provisiones, muy débiles, sin conocer la zona. Fue un error, pero nos estaban matando de hambre y de frío", concluye  Álvarez.
Hoy, el fuerte y sus alrededores (615.000 metros cuadrados) son una gran tumba, una gran fosa de fosas en la que yacen los cuerpos de los 207 fugados, un grupo indeterminado de presos "gubernativos" (no registrados) que falangistas de distintos pueblos iban a pedir al fuerte para fusilarlos en la primera curva, y cerca de 400 presos a los que no fusilaron, pero dejaron morir. "Te despertabas por la mañana y veías al de al lado todo hinchado por avitaminosis. Muerto. Al día siguiente, otro. Morían de inanición porque los administradores estaban compinchados para quedarse parte del dinero con el que tenían que comprar nuestra comida, lo denunció un funcionario, pero el caso fue sobreseído. En invierno teníamos que enterrar a los compañeros en la nieve del patio hasta que pudieran llevárselos a todos en camiones", recuerdan los que pasaron por ella.

Al principio, los presos son enterrados en fosas comunes en cementerios de pueblos de la zona, pero los alcaldes protestaron porque ya no quedaba sitio para sus muertos y el director del penal improvisó un camposanto alrededor del fuerte.  Se han comenzado a exhumar a los presos enterrados en dichos cementerios. De momento, han encontrado a siete. Saben que nunca podrán recuperarlos a todos, pero  se les siguen buscando.
Datos de archivos de la guerra civil Española.
toni 1961
A.Alvarez

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