Con el frontón de la iglesia del sórdido edificio de sólidos muros y sucios paredones,
es un rincón de sombra eterna recuerdo de todos los que pasaron anteriormente por estos mismos muros que tanta desgracia guarda.
El viejo hospicio de San Fernando, paso a ser colegio nacional y hoy se le conoce con el grado de instituto mientras
el sol de enero su débil luz envía, su triste luz velada sobre los campos desangelados
y fríos en el recuerdo de
aquellos niños que corrieron por ellos , aquellos niños que a una ventana asoman al declinar el día, algunos
rostros pálidos por el frio invernal de ojos
atónitos y enfermos de contemplar
los montes azules de la sierra, que nos aguardaban en fechas de campamento ,
como colonizadores de montes y ríos como
el Aguilón y el Lozoya se
entrecruzaban frente a nosotros en el
mes de Julio , hoy son cielos blancos como sobre de carta que nunca llego a nuestras manos ,
cae la blanca nieve sobre la fría tierra, sobre la tierra fría que nuestros pies pisan día a día ,nieve
silenciosa que solo ve nuestro frio de cuerpo pero no ve el frio de nuestro
corazón entristecido por estar encerrado
entre muros , sin saber que depara el
futuro , si la soledad es mala consejera
en este establecimiento benéfico en el que se recoge, cría y educa a
niños abandonados, huérfanos o pobres.
Estremece pensar en aquel pueblo lleno de niños perdidos o
abandonados, los hospicianos del Auxilio Social se les llevara por lo que se
llamaba la beneficencia franquista que en realidad, solo era parte del aparato
represor de la dictadura, donde a estos niños se les trataba con métodos
castrenses.
Hasta hoy no sabe lo que le ocurrió, ni se ha podido averiguar
durante años y creo que no se sabrá nunca, el porqué dijeron a los familiares que
algunos de estos niños habían muerto a causa de un aborto cuando se interesaban
por lo que fue de ellos.
Padres condenados años
de prisión, que cuando salieron no quisieron darles explicación sobre sus
hijos, padres que se olvidaron y no volvieron hablar jamás del tema a su hijo.
En algunas épocas, los más ancianos hoy cuentan haber
sufrido maltrato, que todos los pegaban, y más al más rebelde, en el orfanato
de San Fernando, llegaban a castigarnos sin cenar una semana entera, imaginar
con el hambre que ya pasábamos.
Otras veces nos encerraban en las clases sin recreo, casi lo
agradecían por estar más calientes que en los patios, con el pantalón corto y
un jersey roído, la educación era casi inexistente, poco más allá de las cuatro
reglas, porque casi siempre pasaban el tiempo en aprendiendo himnos falangistas
y doctrina católica.
Además, algunos sacerdotes se ensañaban con los niños, uno de ellos solía
Mandarme hacer recados, al volver, le vestía
bajándole los pantalones para meterle la camiseta por dentro , pero las
manos del cura empezaban pronto a tocar las
piernas , algunos les obligaban a meterme por la fuerza a monaguillo y si no
aceptabas te castigaban cortándote el pelo al cero, muchos estaban
hartos de golpes y suplicios, saltaban por la ventana y se marchaban al
monte para escapar del infierno
disciplinario.
La vida era un trasiego disciplinario continuo en San Fernando,
lo recuerdo con nostalgia, pero no con cariño, recuerdo a mis compañeros con cariño
y no con nostalgia.
Durante siglos ser un expósito, Cunero, hospiciano,
inclusero fue una especie de estigma de por vida cuyo obstáculo no era tan
fácil de superar, el abandono, la vergüenza y la pérdida consiguiente de
identidad se sumaba en ocasiones un desprecio social, tan injusto como cruel, niños
que se burlan de otros niños, solo por no tener padres, esto lo vivíamos en excursiones o salidas al exterior del
colegio, como con los pocos compañeros que empezaron a llegar con padre o madre reconocidos , aun así lo contamos
orgullosos hoy, ya que nos hemos sido personajes adultos de una nueva sociedad , buenos trabajadores y personas dignas.
Nos labramos nuestra propia vida solos por qué ser un
expósito, Cunero, hospiciano, inclusero hoy es un titulo de triunfo en nuestra
sociedad.
Antonio Álvarez Herranz
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