domingo, 22 de octubre de 2023


Los templarios y el Opus Dei.
El caballero borgonón Hugo de Payens fundó la orden del Temple con otros ocho caballeros en 1128 y fue aprobada por el Papa a raíz del Concilio de Troyes, en 1128.
El primer objetivo de la orden fue proteger los caminos utilizados por los peregrinos que iban a los Santos Lugares, pero pronto entraron en campana contra los musulmanes, distinguiéndose especialmente en la segunda Cruzada (1146-1150), que no fue aún más desastrosa por la valerosa actuación del Temple.
Sin embargo, los afanes místico-guerreros de los templarios fueron dejando paso a la avaricia y aun cuando en la Edad Media estaba prohibida la usura, abusaron de ella sin inhibiciones.
La época de los templarios -siglo XII al XIV- estuvo marcada por las Cruzadas. Urbano II predicó la primera Cruzada para arrebatar a los infieles a los Santos Sepulcros. Una multitud de ancianos, mujeres, ninos y hombres con pocas más armas que la fe fueron prácticamente aniquilados por los musulmanes. Poco después, caballeros italianos, franceses, alemanes y flamencos se apoderaron de Nicea y vencieron a los turcos en la batalla de Nicea. Más tarde se apoderaron de Jerusalén. A mediados del siglo XII los musulmanes contraatacaron, por lo que se puso en marcha la Segunda Cruzada, pero Saladino logró apoderarse de Jerusalén en 1187. Toda la cristiandad cayó en la desesperación y fue entonces cuando Barbarroja, Ricardo Corazón de León y Felipe Augusto iniciaron la tercera Cruzada, que no logró sus objetivos.
La cuarta Cruzada tenía móviles más comerciales que religiosos, a pesar de las inventivas del Papa Inocencio III. Fue financiada por mercaderes venecianos que vieron claro los beneficios económicos que traería poder comerciar sin riesgos por aquellos lugares y contar con la base clave de Constantinopla.
Durante el siglo XIII se organizaron cuatro cruzadas más, todas ellas con objetivos comerciales o por ambiciones de poder de los príncipes más poderosos.
La irrupción del Opus Dei como grupo de presión económico, religioso y político es, además de uno de los hechos más importantes de la España de posguerra, un auténtico motivo de reflexión sobre los hombres que pertenecen a la Obra y sobre el porqué de su fácil imposición sobre la sociedad española.
En efecto, todas las peculiaridades -algunas rocambolescas- del Opus no han dejado de atraer a los intelectuales españoles y justo es subrayar que, por lo general, las posturas han sido bastante críticas.
Entre otros análisis no han faltado en este intento de clarificación las comparaciones históricas:
El Opus ha sido asimilado parcialmente a la francmasonería, a los jesuitas y a la ACNP.
Pero, probablemente, la más curiosa comparación histórica sea la del Opus con los caballeros templarios.
Ayuda a este recuerdo el gran poderío económico alcanzado por la orden templaría en el Siglo XIII, que la convirtió en «un Estado dentro del Estado» y que llegó a rivalizar con la monarquía francesa, con la que acabaría enfrentándose.

Como sucedió el Opus, se enfrento al poder político en la posguerra y durante el mandato de Franco, su supremacía era latente, como la de los templarios en su día, su estructura fue copiada a dicha hermandad guerrera , lo pondremos en cuarentena.
Una moda bastante reciente -doctrinalmente muy vieja, en realidad- ha dado en lo que podríamos llamar la teoría histórica de la «gran y eterna inteligencia».
Son esas pretendidas explicaciones de los sucesos históricos a partir de una posible inteligencia oculta que dirige los destinos de los hombres.
En un celebérrimo libro -«El retorno de los brujos»- con pretensiones ocultistas, Louis Pawells y Jacques Bergier.
Lanzaron algunas de estas sugerencias: existe un «sputnik» girando alrededor de la Tierra, y dentro de él una computadora dirige la política de la URSS; una buena docena de sabios casi inmortales vive bajo las aguas del Ganges y, desde allí, hace y deshace en el mundo; los dirigentes políticos y económicos «visibles» son sólo, en realidad, títeres movidos por los sabios.
En fin, algo o alguien ha planeado desde la noche de los tiempos la sorprendente expansión y vitalidad de los imperios turco y mogol; el descubrimiento de América por los europeos; la revolución francesa y la revolución industrial; el imperialismo y el colonialismo europeo y americano; el hambre del Tercer Mundo y la revolución soviética. Todo esto estuvo en una mente privilegiada en algún momento y se fue desarrollando.
Parece infantil y, sin embargo, está teniendo más éxito y difusión de lo que parece.
He aquí, por ejemplo, algunas frases pertenecientes a Louis Charpentier, un concienzudo historiador francés: «?Qué voluntad específica, segura y sabia, ha dirigido así todo un mundo durante ochocientos años y quizá aún más? (...)» «La "cabeza" de la orden benedictina va a jugar a este escondite durante quinientos años (...).» Es curioso seguir a través de la historia, en correlación con los acontecimientos políticos y militares, los desplazamientos de la mente maestra.
No obstante, la teoría, ya queda dicho, es vieja.
No es más que una traslación ocultista de la teoría agustiniana de historia, al considerar a ésta lineal en su desarrollo hacia un fin predeterminado.

Es una forma más de rehuir la suprema lección de la historia de que las superestructuras culturales responden a unas estructuras económicas y políticas determinadas y no, como quieren otros -con viejo regusto idealista-, al poder de una inteligencia que fuera del tiempo y el espacio dirige los asuntos humanos. Probablemente, como ya se ha dicho con frecuencia, el idealismo de ciertos historiadores contemporáneos tiene refugio más seguro en el ambiguo campo del ocultismo que en el de las viejas posiciones cristiano-conservadoras de fácil adscripción ideológica Templaría. 

Alvarranz I

Toni Alvarranz Selatierrez

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